sábado, 28 de junio de 2008

MADRES REBELDES: MANIFIESTO PARA UN NUEVO FEMINISMO

EL TIEMPO DE LAS MUJERES de Janne Haciland Matláry
No es un movimiento organizado, sino un nuevo modo de pensar. Las nuevas feministas (que ni tan siquiera se dejaron llamar así) son más rebeldes que las militantes de los años setenta, porque parten de una idea que no es "políticamente correcta": que la mayor parte de las mujeres son madres o les gustaría serio. Y que la sociedad debe organizarse para hacer que trabajo y familia no sean un dilema sino realidades compatible
La noruega Janne Haciland Matláry (escandinava, catedrática de Relaciones Internacionales, secretaria de Estado de Asuntos Exteriores en el gobierno de su país, madre de cuatro hijos) expone en su libro “El tiempo de las mujeres” las ideas de quien experimenta cada día la dificul­tad de hacer compatible un trabajo exigente con la aten­ción a la familia; y por otro, la de quien está decidida a cambiar las cosas.
"He luchado durante más de diez años para conciliar maternidad y trabajo profesional, sintiendo que me cre­cía por dentro un enfado al ver que el embarazo y el pe­riodo de lactancia se consideraban Interrupciones' en la carrera, y al comprobar que nuestras modernas socieda­des occidentales ignoran casi por completo el enorme trabajo que supone la maternidad y su importancia para la colectividad”.
La verdadera igualdad: respetar las diferencias.
La sustancia de la reflexión parte de un da­to antropológico esencial, si bien hasta ahora rechazado por cierta cultura dominante: la feminidad se expresa en la maternidad (entendida en sentido amplio, no sólo bio­lógico). "He sido siempre una mujer trabajadora, intere­sada ante todo por mi propio trabajo. Pero cuando me convertí en madre me di cuenta de que esa era, en un sentido muy profundo, la verdadera esencia de la femini­dad".
Esa idea va unida a otra comprobación fundamental: el hombre y la mujer son distintos. Según Matlary, una de las principales deficiencias del feminismo histórico ha sido crear un modelo femeni­no que era una fotocopia del varón. Se olvidaron de la mujer real. Es preciso, por tanto, recuperar la identidad de la mujer, y que madure la convicción de que será fuerte sólo si desarrolla sus propias cualidades. "Yo, mujer, de­bería sentirme libre de ser yo misma, sea cual fuere el tra­bajo que desempeñe. Yo, mu­jer, no debería nunca verme obligada a elegir entre ma­ternidad y carrera; es más, de­bería ser más valorada en el trabajo y en la política precisamente en cuanto madre. No tengo por qué parecerme a los hombres para con­seguir un trabajo, ni debería verme obligada nunca a es­conder que soy madre. Las cualidades femeninas me ha­cen fuerte, mientras que imitar a los hombres me debili­tan porque entonces no soy realmente yo misma".
El feminismo de los años setenta ha negado a la ma­ternidad respeto y prestigio. "La maternidad se convirtió en un término negativo para designar a la mujer pasiva y atrasada, encerrada en casa, y que era tan estúpida que tenía muchos hijos. Una mujer que no había comprendi­do que la felicidad y la verdadera 'realización' estaban en el trabajo fuera del hogar". Una consecuencia de ha­ber considerado la maternidad como algo insignificante es que el feminismo dejó de lado la necesidad de conci­liar familia y carrera profesional. Era un tema que no le interesaba.
Acción política
Es preciso organizar las cosas pa­ra que las mujeres ‑y los hombres‑ pudieran atender fa­milia y trabajo sin dejarse la salud en el intento.
Es difícil que el "mercado" conceda espontánea­mente esas medidas concretas. Es preciso, por tanto, pro­moverlas por medio de un empeño político, que no debe ser tarea exclusiva de las mujeres que se dedican a la po­lítica, sino también de los hombres.
Es una realidad que existe una gran disparidad entre hombres y mujeres cuando compiten por un puesto de trabajo en la edad en la que es posible tener hijos, que coincide con el mejor periodo para afirmarse también profesionalmente. Las condiciones de la vida laboral deberían reflejar adecuadamen­te este problema.
Con esa acción política hay que conseguir esquemas de trabajo flexibles; instru­mentos que impidan que las madres se vean discrimina­das en el lugar de trabajo; que se desarrollen conceptos como el de "salario familiar", a cargo del Estado, por el be­neficio social que supone una familia equilibrada, salario al que podrían acogerse tanto la madre como el padre que op­tara dedicarse al hogar...
Puntos para el “Curriculum”
No basta con contentarse, aunque no sería poco, con que la maternidad, y las ausencias que provoca, no sea un motivo de discriminación en el trabajo. En realidad, ser madre supone tal dedicación que tendría que "pun­tuar", de algún modo, en el curriculum profesional. La experiencia de la maternidad incluye, además, numero­sas cualidades que están muy solicitadas en la vida labo­ral.
A partir de ahora habrá que aprender a saber presen­tar los valores laborales que encierran el matrimonio y la familia vividos con normalidad. "¿Qué directivo del futuro desea empleados sin otra experiencia de relacio­nes humanas que la de un matrimonio fracasado? La ma­durez que deben adquirir los padres es una riqueza in­creíblemente importante para un hombre de negocios consciente de sus acciones. En el lugar de trabajo, el lla­mado 'capital humano' ‑una expresión horrible‑ sigue siendo la principal riqueza. Los jóvenes agresivos, caza­dores monomaniacos de beneficios, no son desde luego el capital humano que una buena empresa desea".
Es preciso mostrar, y que se valore, que "el trabajo de la maternidad garantiza a la mujer competencias que se muestran útiles en diversas situaciones profesionales: saber gestionar muchas cosas simultáneamente, ser prác­tica y versátil, constante, paciente y determinada: la fa­milia es como una pequeña 'empresa': hay que gestio­narla y dirigirla”
Mujeres al poder
Si las cualidades femeninas mejoran el mundo del trabajo, lo mismo cabría pensar de los efectos de una mayor presencia femenina en el ámbito político. El pos­tulado se podría formular así: si las mujeres tuvieran ma­yor influencia, el mundo sería mejor.
Aunque en Noruega la mitad del gobierno está en manos femeninas, lo mismo que el 40% del parlamento, las cifras globales son mucho más modestas: en la actua­lidad, las mujeres representan sólo el 13% de los cargos políticos. Y la presencia es todavía inferior en cargos con repercusiones internacionales.
Y sin embargo, su presencia en los "centros de po­der" podría aportar algo más de humanidad, hoy tan ne­cesaria en un mundo caracterizado por las luchas inter­nas. "La alta política ‑la comedia de la guerra y la paz entre los Estados‑ ha sido sustituida por caóticos con­flictos internos, donde no se respeta ya ninguna norma internacional". El 90% de los conflic­tos de la década que termina han sido guerras civiles, cuyas principales vícti­mas no son los soldados sino los niños, las mujeres y los ancianos, y donde los refugiados se cuentan por millones. Parece evidente que la presencia de mujeres en los centros de decisión internacionales es hoy más necesaria que nunca.
La vida familiar es, además, un eficaz antídoto contra algunos vicios característicos de la clase política. "La mejor cura contra la presunción con­siste en ir a casa y ponerse a lavar el suelo de la cocina, con los niños en la sala de estar que gritan porque quieren comer, que les hagamos caso o jugar. Las tareas cotidianas de la maternidad ‑y de la paternidad‑ nos hacen humil­des y nos recuerdan que somos insignificantes. También por este motivo, muy banal, considero que las mujeres son potencialmente mejores políticos que los hombres: nos hemos acostumbrado a poner paz y a solucionar con­flictos en nuestra experiencia diaria con los hijos (¡por no hablar de los maridos!) y somos incapaces de fijar la atención sobre nosotras mismas durante demasiado tiem­po". La autora precisa más adelante que tampoco se trata ahora de idealizar a la mujer, pues ambos sexos tienen paralelas capacidades para la cosa pública.
En política, como en el panorama laboral en general, todo parece estar diseñado (ritmos de trabajo, horarios, etc.) al servicio de un tipo de hombre que deja a la fami­lia en un segundo plano. Haría falta un poco más de sen­tido común femenino. Por eso, no cabe sino estar de acuerdo con observaciones como las siguientes: "no en­tiendo por qué los parlamentos trabajan durante toda la noche y luego pasan prolongados periodos de vacacio­nes"; "estoy segura de que los hombres podrían eliminar gran parte de sus viajes si se preocupasen, como las mu­jeres, de los problemas que acarrean sus ausencias".
Se podría pensar que muchas de las propuestas con­tenidas en el libro son utópicas, y que será muy difícil ponerlas en práctica en un mundo tan competitivo y "global" como el nuestro: en el fondo, lo que las empre­sas quieren y buscan son gentes que se "casen" con ellas... Posiblemente, no será fácil ni siquiera hacer com­prender a algunos que es preciso cambiar algunas reglas, hacerles ver la importancia de conseguir que millones de personas puedan mejorar la atención a sus familias sin que eso suponga un menoscabo para su trabajo.
No resulta fácil cambiar una mentalidad y sus "dogmas", pero ya se sabe que un primer paso im­portante es plantear los problemas y apuntar soluciones, con intención de que con el tiempo ayuden a configurar un "orden del día", una agenda política, unas prioridades que respondan verdaderamente a las necesidades de la gente y no a los dictados ideológicos de unas minorías.



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