miércoles, 8 de octubre de 2008

EL GENIO DEL CRISTIANISMO

Chateaubriand fue uno de esos talentos complejos: profundamente católico, con añoranzas del Antiguo Régimen y a la vez demócrata, pero, sobre todo, con una sensibilidad que le lleva a ser el primer romántico. Por encima de cualquier otra cosa, autor de una prosa indiscutida en Francia, la mejor en doscientos años. Sartre lo odiaba y lo admiraba a la vez. Barthes, al releerlo, puso en duda el valor de las vanguardias literarias si alguien, muerto en 1848, podía escribir así. Es uno de esos anti-modernos, que asumen la modernidad y la superan, de los que tan bien ha escrito Antoine Compagnon en Los antimodernos, que engloba, con matices, a los mejores autores de los siglos XIX y XX francés.
El genio del cristianismo no es un libro político, sino de arte. Su ambiente es la belleza. Trata de las creencias cristianas, de la estética cristiana, de la liturgia. Quiere hacer ver que “la religión cristiana es la más poética, la más humanitaria, la más favorable a la libertad, a las artes y a las letras; que el mundo moderno le es deudor en todo, desde la agricultura a las ciencias abstractas, desde los hospicios fundados para los desvalidos hasta los templos edificados por Miguel Ángel y decorados por Rafael”. Nadie puede negar esa combinación de racionalidad y de fe, ese acertar continuamente en el arte, en hermosas páginas literarias y en poesía por encima de cualquier maniqueísmo y arraigada en lo profundo del ser humano.
Chateaubriand pinta el gran fresco de la cultura con raíces cristianas y deja en el aire la pregunta: ¿cómo puede no ser verdad tanta belleza? Y lo más asombroso: lo dice con un estilo tan bello y perenne como una escultura de Miguel Ángel, un cuadro de Velázquez o una cantata de Bach. Él se contagió de todo lo grande que admiraba. No utilizó nunca el odio y el rencor, sino la amplitud de espíritu. Escribe en el siglo de la razón, y la utiliza, pero no se olvida de recordar que la razón “jamás han enjugado una lágrima”. Responde a todos los críticos del cristianismo: “si tratamos de pintar y de conmover, se nos piden axiomas y corolarios; y si procuramos razonar, se nos reclaman sentimientos e imágenes”.
Lo más caduco del libro es la pretendida argumentación con datos científicos experimentales: de la ciencia de hace más de dos siglos, que apenas tiene que ver con lo que hay se sabe. Lo perenne es ese basarse en los sentimientos, las emociones, las aspiraciones, la inquietud humana. En ese sentido, El genio del cristianismo es un libro para tener siempre a mano, porque, entre sus muchos méritos, está el de ser una cura contra la rutina de los cristianos, el odio de quienes prefieren ver al hombre de cualquier forma menos rezando y la humana prepotencia que no logrará entender nunca el misterio de la Navidad. Chateaubriand conmueve: evoca tantos momentos en los que la madre lleva al niño ante una imagen de la Virgen: “y el corazón del tierno infante, incapaz aún de comprender al Dios del Cielo, comprende ya a la Divina Madre que lleva un niño en brazos”.
Hacía más de treinta años que no se contaba con una edición de El genio del cristianismo. Era hora.

LIBERTAD PARA ELEGIR & ADMINISTRACIÓN EDUCATIVA

Aceprensa 3 Octubre 2008


Un juzgado de Barcelona ha fallado a favor de unos padres que demandaron a la Generalitat de Cataluña por impedirles ejercer el derecho a escoger el tipo de educación que deseaban para su hija. Ellos querían llevarla al colegio concertado Llissach, de Santpedor (Barcelona), con cuyo ideario se identifican. Pero la administración educativa, alegando razones “materiales y presupuestarias”, inscribió a la niña en un centro público de reciente creación, donde estuvo todo el curso pasado. La sentencia afirma que prevalece la elección de los padres, y ordena escolarizar a la pequeña en la escuela que desean.
La administración educativa replicó que es legítimo denegar la elección de escuela por necesidades de la planificación escolar. En este caso, las razones de la administración eran que en el municipio había plazas públicas libres, y mientras no se cubrieran no quería ampliar la oferta de plazas en centros concertados.
El fallo sienta que los criterios de organización no pueden prevalecer sobre lo que dispone el art. 27.3 CE: “Los poderes públicos garantizan el derecho que asiste a los padres para que sus hijos reciban la formación religiosa y moral que esté de acuerdo con sus propias convicciones”. Ciertamente, precisa la juez, María Rosa Gutés, ese derecho no es el de la libre elección de centro, que no está garantizada por la CE. Ahora bien, continúa, “para que la imposición a los padres de un centro distinto al elegido no vulnere el art. 27 de la CE, es preciso que el centro impuesto garantice una formación equivalente a la que habían elegido”. Y eso no ocurre con el colegio público en cuestión, porque no tiene un ideario conforme con las convicciones de los padres demandantes.
La juez subraya que “la opción religiosa y moral es básica cuando de educación se trata”. Por eso, no se puede despreciar “por razones tan prosaicas como la del respeto a unos cupos fijados en función no de la demanda real de los padres, sino de las preferencias de la administración educativa por un determinado modelo de escuela”.
Ciertamente, hay que organizar las plazas para asegurar la escolarización de todos los alumnos, pero el derecho superior de las familias con respecto a la orientación moral y religiosa de la enseñanza constituye un límite a la discrecionalidad de la autoridad educativa para distribuirlos en los distintos centros. Así pues, señala la sentencia, “la oferta educativa debe ajustarse a la demanda, haciendo una prospección previa si es necesario, en lugar de ofertar unas plazas que luego no se pueden cubrir, como ocurre en el municipio de Santpedor, por razones que la demandada [la Generalitat] no debería despreciar”.